lunes, 13 de septiembre de 2010

¡¡¡EL TURISMO QUE VIENE!!!

En una oficina de turismo del Oriente de Asturias informan a unos turistas de que el tiempo de espera ¡en la cola! para tomar el funicular a Bulnes ronda las dos horas, y además les advierten que deberán estacionar el coche a unos tres kilómetros por que ya no queda sitio. En Lastres, a causa de la serie de TV, viene ocurriendo lo mismo. Llanes es un hervidero y uno de los pocos lugares en donde los bosques de grúas demuestran que no todo el urbanismo se ha detenido. En Fuente De, Cantabria, flanco sur de los Picos de Europa, los tiempos de espera para acceder al cable llegan, en algunos momentos del verano, a ser escandalosos.
Las aglomeraciones se multiplican en agosto, y restan encanto a los tesoros del Norte, ¿es este el turismo que queremos?
Durante décadas el turismo ha sido un poderoso comercio que ha equilibrado la balanza comercial española. Pero lo ha hecho “a pesar” de España. La industria turística se ha desarrollado y ha crecido por mera fuerza de la gravedad; sin un plan, sin estrategias, todo lo más, vinculada a otra industria; la del hormigón. Fabricar apartamentos para albergar al turismo en una carrera, no pocas veces indecente, de especulación, corrupción y desarrollo que plagó el litoral español de paseos marítimos. A día de hoy, entrado el siglo XXI y con la que está cayendo en cuanto a cultura medioambiental, es raro el día en que no nos encontramos ante un atropello más en nombre del progreso turístico y sus divisas.
Cuando el modelo mediterráneo languidece por mor del cambio generacional otras regiones en naciones vecinas ofertan el paisaje “tal como era”. Aquí no se aprende, se trata de reeditar una y otra vez, obstinadamente, con dolorosa ceguera, el mismo formato en las zonas a las que el inestable clima preservó de la masacre. Asturias carece, como el resto, de un plan común. Se camina sin una “ideología” respecto al turismo que se quiere traer, bajo el lema de “contra más mejor” la tendencia -para variar- es la de disponer todo para que las hordas apisonen con su paso, al ritmo del chunda-chunda, los cuatro lugares que todos sabemos. En tal estado de fervor nadie se preocupa de que en la estación de ascenso del cable no se informe a los resignados clientes de la nula visibilidad que en ocasiones pueden encontrarse 950 metros más arriba, total, de lo que se trata es de hacer taquilla, de cuadrar cuentas, de salir en las entregas de premios a la calidad turística con la cara de alivio que provoca haber aflojado dos agujeros al cinturón tras la cena en lo de Paco, o lo del fulano, que tiene cuatro megaestrellas tururú. Aquí nunca se tuvo en cuenta que no todos pueden ser número uno pero que todos los números son importantes. De nuevo cunde el amiguismo, la oferta de siempre, las grúas y las rotondas, algo que a un buen político causa sosiego y seguridad.
Yo lo siento por el territorio, por el despilfarro ciego de un potencial que inteligentemente gestionado podría dar beneficios sostenidos -y quizá sostenibles-, por no permitir que afloren ideas sencillas, sin el rigor de las grandes inversiones, sin despedazar el entorno a fin de que quepan más y más coches concentrados todos en escasos días al año. Si es que la gente del futuro nos va a odiar.
En algunos municipios hay concejales de playa, con un empeño no más allá de imponer normativas a los arenales –en no pocos casos estúpidas- para acceder a la caricia en el lomo de la banderita azul y quedar así todos encantados de conocerse. Pero estoy seguro de que muy pocos tienen un concejal de turismo, alguien que imponga líneas de acción, planes a seguir, hojas de ruta o como quiera que se puedan llamar. Alguien que vaya más allá de colocar a regañadientes cuatro indicadores de ruta por la montaña. Vincular vacaciones y verano es algo del pasado, urge una mirada moderna, una evaluación del peso turístico en emergentes tendencias, un sentimiento de respeto al país, gente con ideas y pánico a las excavadoras.
En su día, uno muy lejano ya, fueron los visitantes europeos quienes mostraron a los españoles el camino para disfrutar y hacer negocio de las playas. Nos enseñaron a bañarnos en bikini y a sacudirnos la caspa y los rosarios de las cinco. Hoy tendrá que volver a ser así; habremos de copiar sus modelos de turismo alternativo al menos en las zonas preservadas de la especulación de los ávidos y la mediocridad –y a veces corrupción- de los políticos.
No hay otra, y para empezar debería cambiar la creencia de la gente, de los usuarios: los estándares de lo considerado calidad están anclados a una inmóvil manera de entender el ocio, al mastodóntico universo de las inversiones millonarias y al consenso de patronales y administradores de paso. El viajero inteligente ya está buscando espacios en los que el sosiego le permite pensar, descubrirse y descubrir
A día de hoy, mal que les pese a algunos, provoca más sensación de calidad la cordialidad que las reverencias. El mundo ha cambiado, y quienes han de gestionarlo, sin enterarse.