viernes, 4 de febrero de 2011

EL CRUDO INVIERNO (Abarritedicolamanadecoa)

 

     Febrero, en estos días el invierno largo del norte parece interminable. Hace mucho tiempo que hace frío, que los días son cortos, las tardes largas y la perspectiva hacia adelante dibuja el horizonte aparente de muchas semanas más de este modo.


     La visión de un bosque desnudo de hojas tiene el sesgo melancólico de una casona abandonada, desamueblada, y lo subrayan más los silencios de las aves; la ausencia de sus jolgorios viene a ser como la tesela que le falta al mosaico; se intuye que algo pasa, o acaso, que algo no pasa. Las nieblas tienen día sí, día también, el empeño de permanecer sobre los ríos, y arriba, las montañas, cargan nieve desde media falda. La imagen es bella y sin embargo, cuando se ha de vivir en este entorno, una incomoda punzada anida bajo la piel y puede manifestarse en brumas emocionales.

     La luz de los días es corta, a veces escasa, abrumada por la densidad de las nubes que a menudo vuelcan lluvias que desangelan aún más las semanas, y de alguna manera, parece que el mundo propone pesimismo y desmemoria.

     Pero el invierno, es, al fin, un estado de ánimo. Cierto que las actividades al aire libre están muy comprometidas. Algunos días las inclemencias definitivamente lo impedirán, pero, aunque un sencillo paseo pueda terminar en un despropósito de mojaduras y frío siempre se hallará recompensa en una buena ducha, estufa y ropa seca, imbatible solaz del caminante invernal.

     En su largura el invierno va perdiendo partes, esencia, no estar distraído ayuda a verlo; la noche se acorta notablemente, la última semana bastaba con levantarme al amanecer para sorprender a unos corzos rezagados en la finca del hotel. En unos pocos días ese amanecer ocurría antes del final de mi sueño y los animales han ido quedando a salvo de mi impertinente irrupción. Espero que también de los cazadores. Las aves aumentan la densidad de sus conferencias entre los árboles pelados y cualquier actividad en el bosque parece contar con más compañía.

     Para estos días propongo, no una caminata, sino una mirada. Las herramientas son sencillas, basta salir al exterior en una noche despejada, gélida, se puede desafiar al frío con los avances humanos que nos cubren de magnificas prendas, no queda excusa. Hará falta mirar al cielo para fascinarse ante la claridad del panorama celeste, las estrellas se ven limpias, abundantes, como una cosecha que por alguna razón ancestral nos impacta. Su contemplación invariablemente conduce a reflexiones profundas, ensoñaciones, silencios. Orión, la constelación del invierno, protagoniza un buen trozo de ese cielo, pronto se irá hundiendo, de regreso al sur, y no volverá a dejarse ver hasta después del verano. Algunas constelaciones, con su presencia rotunda e inequívoca parecen mirarnos desde el firmamento, otras las podemos crear nosotros, juntar esta y aquella para formar figuras que, como los dibujos en la arena, se ha de llevar el viento, y el tiempo.


     De pequeño leí un relato que sucedía en un imaginario país, o mundo, en el que las cosas buenas de la vida volvían a reaparecer, los amigos y animales queridos que nos dejaron habitaban ahí, gobernados por caballos. Aquel territorio emocional se llamaba Abarritedicolamanadecoa. Sugiero buscar un espejo, cuanto más grande mejor. Se ha de colocar en el suelo y permitir que las estrellas se reflejen en él, hay que acercarse al borde y mirar, dejar vagar la vista, concentrarla en ese cielo visto para abajo, entender su superficie como un agujero en el suelo que da ¡al cielo! La oscuridad, por descontado, será absoluta. Ayudará el silencio o, a lo más, los sonidos que proponga la noche…


     De pronto el observador sentirá vértigo, el vacío de la inmensidad del cosmos nada menos que a sus pies. Quizás la inercia de nuestra comprensión, habituada a leer el cielo hacia arriba, quede confusa ante la nueva propuesta. Se ha de mirar con otros ojos, unos indefinibles que iluminan la mirada interior, una que hace lecturas más allá de los espectros luminosos. La experiencia vale la pena y sólo es apta para gente sensible, densa y abierta.


     Mientras, los días pasan. Es buena época para podar, preparar el huerto, trasplantar. He plantado estos días sesenta arbolitos, apenas son un tallo frágil e insignificante. Los dejo en tierra, encomendándolos a la fortuna y al empuje irresistible a medrar que posee la vida. Ignoro cuantos de ellos llegarán a ser árboles de gran porte, pero estoy seguro de que ni yo, ni quienes ahora lean esto, los verán bajo su sombra. Al plantarlos, una y otra vez merodea por mi cabeza una canción que Tolkien pone en boca de Bilbo Bolsón en el Señor de los Anillos;


Me siento junto al fuego y pienso,

Como será el mundo que yo no pueda ver ,,,

,,,Por que cada bosque y primavera tienen un verde distinto  



     Quizás, entonces, cuando esos árboles sean contemplados desnudos de hojas, un invierno de otro tiempo, alguien se pregunte por quién los puso ahí. Quizás, entonces, nosotros estaremos con nuestros pares en otro lugar, acaso Abarritedicolamanadecoa.

                                                                    http://www.laviejaposada.es/