jueves, 4 de noviembre de 2010

CAMBIO DE HORARIO














Desorientación, insomnio, perdida del apetito, mareos, subidas de tensión, irritabilidad, estrés… ¿síntomas de una enfermedad? No. Al parecer, es lo que nos ocurrirá a los desprevenidos ciudadanos a causa del habitual cambio de horario que se produce todos los otoños con el fin de conseguir unos misteriosos ahorros energéticos que nadie percibe.
Los medios de descomunicación, en su desaforada carrera por sumir al ser humano en la mediocridad, van aumentando, año a año, los niveles de alarma respecto al hecho –irrelevante- de modificar el tiempo del reloj en ¡una hora!. Más allá de algún contratiempo anecdótico, es imposible que a un ser vivo normal le ocurra algo por tan pequeño cambio. Sin embargo, los días anteriores al suceso el tratamiento informativo que se le da parece advertir del advenimiento de un dios, o el impacto inevitable y devastador de algún cuerpo cósmico. Vaya modificando sus hábitos paulatinamente las semanas previas, de paseos largos, ingiera alimentos bajos en colesterol -¡ay el colesterol!- o reduzca sus ansias con tal medicamento son algunas de las ridiculeces que uno llega a oír o leer ante tal evento.
Cierto que, para quienes vivimos esclavos del reloj -una mayoría aplastante-, este cambio otoñal prescribe la entrada al invierno, y, en el medio natural, el acortamiento progresivo de la luz diurna sufre un sobresalto con el cambio; aquí el clima, las horas de luz, las borrascas tienen una notable entidad que en el medio urbano se pierde y quedan muy estrechas las opciones de actividades al aire libre hasta que, entrada la primavera, otro vuelco semejante nos devuelva el espacio luminoso suficiente como para disfrutar del entorno más a nuestras anchas.
Pero el otoño, por definición, es la época en la que recoger los frutos. Más allá de las cosechas de los huertos, el bosque se empeña, año tras año, en desprenderse a partes iguales de colores cálidos, hojas, bayas y frutos diversos. Pasaron las avellanas, las moras, aún a finales de verano, luego fueron las nueces y ahora el Norte propone castañas y setas. De éstas, en el concejo de Piloña, la Sociedad Micológica local acaba de exponer trescientas variedades de las que un 97% han sido recogidas a menos de tres kilómetros del casco urbano, ¿alguien da más? http://www.infiesto.com/peudellobu/
Un paseo por cualquiera de nuestros bosques, en una agradable mañana otoñal, es un regalo para la vista. Si es junto a un río, los destellos del agua cantarina animarán nuestra marcha y acaso disimulen el vacío del revoloteo de los pajarillos, ocupados ahora en otras tareas que no pasan por cantar. Algunas de estas aves emiten silbidos dispersos, que en el bosque húmedo y semidesnudo suenan melancólicos y faltos de compañía. Los tapices de hojarasca crepitan bajo los pasos del caminante y con seguridad ayudan a prevenir a los animales de nuestra presencia, pero es posible toparse con un ciervo, corzo o jabalí que, por falta de denso follaje y gracias a esas mismas hojas que nos delataron pueden quedar fugazmente a la vista unos emocionantes segundos. Habría que ser muy hábil para alcanzarles con una buena foto, pero no está de más intentarlo, con un buen objetivo se pueden hacer ocasionalmente aceptables tomas pues los ungulados tienen como método de defensa pasar desapercibidos y, si no se sienten particularmente amenazados, es posible que resistan a la tentación de la carrera hasta que la tensión rompa esa opción de inmovilidad.
Sin ser experto en setas cabe la oferta de admirarse con sus formas y colores, con las colonias que algunas especies forman, con sus tamaños tan dispares y con la fragilidad de muchas de ellas. En unos baremos que van desde unos pocos milímetros hasta varios kilos caben multitud de variedades que estos bosques exponen como muestra de su riqueza y prístina limpieza.
También nos entra el bosque por su olor, ahora toca la turba, la tierra mojada rica en compost vegetal, son aromas frescos, poco intensos y evocadores. Es necesario permitir por cualquier medio el paso de sensaciones a nuestro interior, llenarse de bosque, para apreciarlo y conmoverse con su equilibrada fragilidad.
Tiene buen gusto la Naturaleza, pinta con delicada armonía en un lienzo de tres dimensiones en lo que todo parece encajar, un paisaje existe cuando lo miramos sin ninguna intención de verlo útil, y los matices de tal dibujo son chocantes subrayados que titilan aquí y allá; las bolitas carmesí del acebo, sus brillantes y tersas hojas, el verde fosforescente de algunos líquenes, el rojo mustio de la amanita muscaria, en fin.
Si nos descuidamos, la hora de la comida marca la hora del regreso, pues el freno del reloj pliega la tarde y hace coincidir ese momento con el declinar del día. El sol es muy oblicuo y se escapa de los barrancos con notable rapidez, dejándolos un tanto desangelados con su ausencia y las voces de algunos animales como el ladrido del corzo pueden oírse lúgubres en la espesura.
Me resisto a dejar pasar la ocasión de hablar de las nieblas. No se puede concebir el Norte si ellas, un paseo matinal entre ellas permite componer una nueva dimensión del entorno, los matices difuminados favorecen nuevos enfoques, acaso interiores, afilados por el sobreesfuerzo de prestaciones que reclamamos al resto de los sentidos a fin de situarnos. Todo parece cambiar y sin embargo es lo de siempre, las miradas se hacen distintas y es diferente el sentido de las respuestas que se perciben. Caminar entre la niebla sin peligro es un regalo que todos amante del medio natural se debe hacer.
El ocaso es tal vez el inicio de una manera distinta de pasar la tarde. Castañas asadas en un hierro al fuego, un vaso de vino, unas pocas nueces, un libro, quizás música, el repaso de las fotos de la jornada. Se admite la televisión, pero es obligada una actitud crítica hacia sus mensajes; tenemos el antídoto, esa hora no nos cambia, ni nos altera, esa hora no nos pierde…la ganamos, hace tiempo.

sábado, 23 de octubre de 2010

VIZCARES


El ascenso a una cumbre, cualquier cumbre, por modesta que sea, supone, e implica, un acto de elevación. No sólo en el sentido estricto del mero desplazamiento físico, es algo más, tal vez algo arraigado en los recovecos evolutivos del cerebro humano. Asomarse a un gran otero oxigena partes interiores que cada cual da en llamar de un modo pero, al fin, no se podrá estar en desacuerdo al respecto de que algo sucede por dentro cuando se está arriba, encaramado a lo alto de un lugar.

Hay algo más, el proyecto de subir, poco o mucho, según la medida de cada cual, habilita en nuestras expectativas diversos resortes que, como el preludio de un viaje, hacen que la jornada de excursión comience en nosotros antes de que el cuerpo comience a dar los primeros pasos.

Nunca una cumbre se asciende igual, jamás provoca las mismas sensaciones. De la soledad a la compañía ya hay un trecho, y, puestos a hacerlo acompañados, se acusa tanto el número como la cualidad de los acompañantes. Llenar de palabras o silencios una subida, de fatigas o inercias, de pasos firmes o resbalones condiciona para siempre las sensaciones y recuerdos que habrán de permanecer con nosotros por los tiempos.

El Vizcares es cumbre atrayente, quizás por el hecho de considerarse, distinción discutida, el punto más alto de la región. Dejando al margen el ranking a que la catalogación humana lo somete, es el Vizcares una interesante cima. Se diría que existe un notable equilibrio entre el esfuerzo que requiere su asedio y el premio de su conquista. A pesar de sus modestos mil cuatrocientos y pico metros el es típico relieve privilegiado. Sin competencia en las cercanías, su cota parece flotar aislada del resto de la cordillera, ¡y qué cordillera! Basta rotar en torno al hormigón que marca el vértice geodésico para comprender cuán montañosa es Asturias, por que es una buena porción de su provincia lo que en un día claro y limpio se ofrece al pasmado observador. La rugosidad orográfica es abrumadora y uno sencillamente debe claudicar ante la inmensidad del paisaje a medida que se acompasa la alterada respiración que provocó la subida.

La belleza provoca silencio, y este es un buen lugar para constatarlo. Los Picos de Europa parecen a tiro de grito, distinguiéndose perfectamente muchas de sus cumbres y aristas, igual que el Sueve, hacia el norte, el Mazuco, Tiatordos, los barrancos de Ponga y un sinfín de lugares cuya enumeración excedería el espacio que pretendo asignar a esta cima.

Llama la atención la cercanía del mar. En un día limpio y soleado se ven brillar sus olas y se distinguen perfectamente las estelas de las embarcaciones que bordean el litoral. El Cantábrico esta ahí, apenas se advierte abajo, entre las cárcavas y barrancos que fueron quedando atrás en el ascenso. Mirando abajo, al camino recorrido, uno se admira de la humildad de ciertos resaltes del terreno que tanta transpiración causaron para subirlos, cuatrocientos o quinientos metros más abajo –no hay edificio tan alto en el mundo- ásperas pedreras y alargados bosques de hayas parecen manchas aplastadas en las que apenas cabe fijarse.

Quizás, entonces, atisbando el regreso, con la respiración normalizada aunque algo temblorosas todavía las piernas, se nos hayan olvidado las nieblas matinales, el premio del avistamiento fugaz de algún gran animal silvestre, el musgo denso que forra los árboles del bosquete que recorrimos, el cantagrel del río saltarín que nos acompañó al principio de la mañana, el olor a turba húmeda, las colonias de setas arracimadas como vecindarios en cualquier lugar favorable o los vaivenes de los pájaros con sus melodías. Será pues tiempo de acomodarse al mundo de los mortales, de esa otra realidad que, como una densidad diferente, también embadurna nuestra existencia. Sugiero un acto previo de descompresión, Espinaredo es un buen lugar, o quizás un bar, uno confortable donde impere la madera. Un refrigerio mientras se regresa al mundo para acompañar la conversación o la introspección y que lo acontecido encuentre con sosiego acomodo en nuestro espíritu. Amen.

lunes, 13 de septiembre de 2010

¡¡¡EL TURISMO QUE VIENE!!!

En una oficina de turismo del Oriente de Asturias informan a unos turistas de que el tiempo de espera ¡en la cola! para tomar el funicular a Bulnes ronda las dos horas, y además les advierten que deberán estacionar el coche a unos tres kilómetros por que ya no queda sitio. En Lastres, a causa de la serie de TV, viene ocurriendo lo mismo. Llanes es un hervidero y uno de los pocos lugares en donde los bosques de grúas demuestran que no todo el urbanismo se ha detenido. En Fuente De, Cantabria, flanco sur de los Picos de Europa, los tiempos de espera para acceder al cable llegan, en algunos momentos del verano, a ser escandalosos.
Las aglomeraciones se multiplican en agosto, y restan encanto a los tesoros del Norte, ¿es este el turismo que queremos?
Durante décadas el turismo ha sido un poderoso comercio que ha equilibrado la balanza comercial española. Pero lo ha hecho “a pesar” de España. La industria turística se ha desarrollado y ha crecido por mera fuerza de la gravedad; sin un plan, sin estrategias, todo lo más, vinculada a otra industria; la del hormigón. Fabricar apartamentos para albergar al turismo en una carrera, no pocas veces indecente, de especulación, corrupción y desarrollo que plagó el litoral español de paseos marítimos. A día de hoy, entrado el siglo XXI y con la que está cayendo en cuanto a cultura medioambiental, es raro el día en que no nos encontramos ante un atropello más en nombre del progreso turístico y sus divisas.
Cuando el modelo mediterráneo languidece por mor del cambio generacional otras regiones en naciones vecinas ofertan el paisaje “tal como era”. Aquí no se aprende, se trata de reeditar una y otra vez, obstinadamente, con dolorosa ceguera, el mismo formato en las zonas a las que el inestable clima preservó de la masacre. Asturias carece, como el resto, de un plan común. Se camina sin una “ideología” respecto al turismo que se quiere traer, bajo el lema de “contra más mejor” la tendencia -para variar- es la de disponer todo para que las hordas apisonen con su paso, al ritmo del chunda-chunda, los cuatro lugares que todos sabemos. En tal estado de fervor nadie se preocupa de que en la estación de ascenso del cable no se informe a los resignados clientes de la nula visibilidad que en ocasiones pueden encontrarse 950 metros más arriba, total, de lo que se trata es de hacer taquilla, de cuadrar cuentas, de salir en las entregas de premios a la calidad turística con la cara de alivio que provoca haber aflojado dos agujeros al cinturón tras la cena en lo de Paco, o lo del fulano, que tiene cuatro megaestrellas tururú. Aquí nunca se tuvo en cuenta que no todos pueden ser número uno pero que todos los números son importantes. De nuevo cunde el amiguismo, la oferta de siempre, las grúas y las rotondas, algo que a un buen político causa sosiego y seguridad.
Yo lo siento por el territorio, por el despilfarro ciego de un potencial que inteligentemente gestionado podría dar beneficios sostenidos -y quizá sostenibles-, por no permitir que afloren ideas sencillas, sin el rigor de las grandes inversiones, sin despedazar el entorno a fin de que quepan más y más coches concentrados todos en escasos días al año. Si es que la gente del futuro nos va a odiar.
En algunos municipios hay concejales de playa, con un empeño no más allá de imponer normativas a los arenales –en no pocos casos estúpidas- para acceder a la caricia en el lomo de la banderita azul y quedar así todos encantados de conocerse. Pero estoy seguro de que muy pocos tienen un concejal de turismo, alguien que imponga líneas de acción, planes a seguir, hojas de ruta o como quiera que se puedan llamar. Alguien que vaya más allá de colocar a regañadientes cuatro indicadores de ruta por la montaña. Vincular vacaciones y verano es algo del pasado, urge una mirada moderna, una evaluación del peso turístico en emergentes tendencias, un sentimiento de respeto al país, gente con ideas y pánico a las excavadoras.
En su día, uno muy lejano ya, fueron los visitantes europeos quienes mostraron a los españoles el camino para disfrutar y hacer negocio de las playas. Nos enseñaron a bañarnos en bikini y a sacudirnos la caspa y los rosarios de las cinco. Hoy tendrá que volver a ser así; habremos de copiar sus modelos de turismo alternativo al menos en las zonas preservadas de la especulación de los ávidos y la mediocridad –y a veces corrupción- de los políticos.
No hay otra, y para empezar debería cambiar la creencia de la gente, de los usuarios: los estándares de lo considerado calidad están anclados a una inmóvil manera de entender el ocio, al mastodóntico universo de las inversiones millonarias y al consenso de patronales y administradores de paso. El viajero inteligente ya está buscando espacios en los que el sosiego le permite pensar, descubrirse y descubrir
A día de hoy, mal que les pese a algunos, provoca más sensación de calidad la cordialidad que las reverencias. El mundo ha cambiado, y quienes han de gestionarlo, sin enterarse.

sábado, 8 de mayo de 2010

RUTA CIRCULAR AL MAR POR EL SUEVE -ETAPA 1-


“Walking Holidays”. En los tiempos de aceptar términos que llegan del mundo sajón convendría ir haciendo sitio a éste. Y no sólo por la expresión -en un vacuo acto de “snobismo”-, esas dos palabras representan una idea, la aspiración de una generación nueva –y creciente- a la hora de decidir sobre sus vacaciones.
Pasar varios días caminando de un lugar a otro no es nada nuevo entre nosotros, y aún debería serlo menos si pensamos en el Camino de Santiago o en el Rocío. Sin embargo, caminar a través de un territorio debería incorporarse a las aspiraciones lúdicas más allá del reducido espacio de las peregrinaciones.
España aun ofrece una riqueza excepcional en este plano, los descomunales intereses del turismo fácil de sol y playa han secuestrado durante décadas cualquier otra mirada y la sociedad se ha ido negando la creencia de que existen más maneras de pasar los días de vacaciones. Las cañadas reales son un ejemplo; una singularidad única en Europa, quizás en el mundo entero, centenares de kilómetros que cruzan un bello país languidecen sin un uso moderno e inteligente, pisoteadas por el olvido y la especulación que sufre al ver unos terrenos en los que meter la uña de la excavadora.
Quizás es tarea de quienes vivimos en el medio rural la conservación de sendas y caminos. Unos recorridos condenados al desuso que provoca el progresivo repliegue de los tradicionales métodos de vida tienen una nueva oportunidad para lucir. Pero mis pasos, y los de unos pocos locos que habitualmente los disfrutamos, son modestos.
Es el hombre quien ensancha el camino, no el camino el que ensancha al hombre”, Esta cita de Confucio define la idea; sin uso, sin el paso de la gente, los caminos se cegarán, caerán en el olvido.

Estamos implantando una novedosa (en España) manera de entender el turismo. Varios circuitos de cinco o seis días por el territorio de Oriente de Asturias durmiendo cada noche en un bonito alojamiento y pisando un terreno que, de momento, no acapara portadas de revistas ni especiales de “100 destinos para esta temporada” ni nada de eso. Eso es exclusividad.
Uno de los circuitos llega hasta el mar. Se sale del hotel
www.laviejaposada.es por un camino junto al río. A menos de un kilómetro, un puente centenario nos baliza un brusco cambio de dirección y se inicia un ascenso por un sendero estrecho que linda con praderas y bosque. La falta de uso, para variar, lo tiene algo cerrado, y hay que esperarse algún arañazo que, como recuerdo, dejarán las zarzas y otras ramas bajas. Se corona en una agrupación de casas (La Llana) y hacia el sur, si el día es claro, puede verse un hermoso paisaje de praderías y bosquetes a los pies de la Cordillera Cantábrica.

A partir de ese rellano se cruza una pequeña carretera para seguir con el ascenso. Nos internaremos por una plantación de eucaliptos, me niego a llamarlo bosque, es una entidad desalmada, vacía del contenido vital de otras masas autóctonas, los caminos se ven atormentados por la escasez de otros seres y el paso de pesadas máquinas que extraen su barata madera. Es un entorno inquietante, silencioso, salpicado de crujidos que las fustas largas y elásticas de los troncos musitan al viento. Como experiencia sirve, y se pueden recoger algunas hojas que derramarán su olor el resto del camino.
Se corona en una pradera con pequeñas agrupaciones de abetos entre las que no es raro ver ciervos. Al norte se nos abre una imagen de prados y montes menguantes en su camino al mar que, con ayuda de la imaginación, ya se intuye. A la derecha una notable mole rocosa llamará nuestra atención, es la Sierra del Sueve, un territorio que recorreremos dentro de dos días. Se inicia entonces un descenso por ancha pista agro-forestal, buitres, águilas y puede que alimoches, sobrevuelan nuestra andanza que haremos acompañados de la mirada boba de las vacas que por allí pastan. Pronto se llega, en el fondo del valle, a una transitada carretera. El rugido de tanto motor parece segar la paz que traíamos, pero en unos pocos minutos, tras cruzarla, la vamos dejando atrás y, de nuevo, las sensaciones agradables se apoderan de nuestros pasos, acaso más fatigosos si el calor aprieta o cierta transpiración que nos recuerda que de una vez deberíamos dejar los cigarrillos.
Por caminos y pequeñas carreteras locales sin apenas tránsito vamos llegando al destino del día. Robles, castaños, hayedos y helechos forman sugerentes espesuras que cada tanto rasgan los pastos, necesarios para que de ellos se alimenten las reses locales cuya carne, sin duda, es una de las mejores que se puede encontrar. El equilibrio natural, esta vez en colaboración con el hombre, ha conformado un armónico espacio imprescindible para muchos tipos de vida, incluida la nuestra, y de paso, se nos ofrece una postal norteña no por tópica menos bella.
Al fin se divisa Torazo, pueblo ejemplar, bello y armonioso, muy cuidado. Podemos posponer su visita para cuando nos hallamos acomodado,
www.losllaureles.com es una confortable, y merecida, opción. Allí nos pueden preparar diversos y deliciosos platos con los que coronar la jornada. No olvidar la ensalada de fresas. Se agradecerá la cama, los silencios y los aromas de Asturias que entran en nosotros con su envoltorio de paz. Buenas noches.

miércoles, 28 de abril de 2010

SENDA COSTERA, TV Y WI-FI

Parece obvio, no todos los hoteles son iguales. No es lo mismo un “Hotel Miramar 2” en la costa Mediterránea que una “Hospedería de la Tía Herminia” en los montes leoneses. Ni siquiera es lo mismo un hostal encima de una gasolinera de la N-457, que un gran hotel de negocios en un parque empresarial de Barcelona o Sevilla. Cierto, tanto es así que gran parte de los clientes de los diversos hoteles saben, o intuyen, que es lo que se van a encontrar y qué limitaciones con respecto a unas cosas u otras tendrán tales instalaciones.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que en un hotel de cuatro estrellas en el corazón de un aeropuerto la comida la prepara una señora de pueblo a base de pucheros aprendidos de su abuela, ni que el propietario converse con cada cliente sosegadamente después del desayuno indicándoles, de paso, la mejor manera de aprovechar las caminatas por el entorno. Es tan obvio, que llama la atención que los requisitos a implantar y los manuales de buenas prácticas que se exigen para acceder a las etiquetas de calidad son los mismos para cualquiera de los establecimientos.
Convendría revisar, y definir, en un país como este con enorme desarrollo turístico, los parámetros de lo que se entiende por calidad según los segmentos. La inercia administrativa somete a las mismas exigencias a negocios que por su naturaleza son bien dispares.
En el entorno rural, que es lo que me afecta, la calidad es muy subjetiva, difícilmente definible. Es más bien un cúmulo de sensaciones lo que, al final de la estancia, evalúa al hotel.
Por ejemplo, es fundamental el entorno. Otros establecimientos pueden estar sobre una autopista, y carecerá de importancia si el salón de convenciones es lo bastante amplio y climatizado. O de espaldas a un vertedero, nada que decir si la piscina tiene animación y el mar está a un paso. O sobre un club de rojos neones.
Un hotel rural depende del entorno, y el cliente sentirá, nada más llegar, cierta frustración y hasta sensación de estafa si lo que las fotografías no le mostraron es un gran aparcamiento de autobuses frente a su ventana o la sucursal de una caja de ahorros.
Pero hay más, mucho más. Y dado que las miradas de una multitud se están volviendo hacia el turismo rural hay que hacerse fuerte en los valores de lo que se tiene sin renunciar a ciertos aprendizajes para poder ofertar “nuestra” calidad. Yo particularmente necesito atraerme al cliente a mi terreno, “educarlo”, y hacerle sentir que puede pertenecer al paisaje, salir de su papel de espectador que mira un escaparate más o menos hermoso. La televisión, el Internet, los videojuegos, interfieren en esa intención. Mantienen, a mi modo de ver, a las personas atrapadas en su rutina sin que terminen de ingresar en las vacaciones y se hace mucho más difícil conquistarles. De esa manera se compromete mi aspiración de calidad, tanto como si los desayunos no fueran buenos o la limpieza de las habitaciones dejara que desear.
Para quienes tales accesorios no son irrenunciables recomiendo, en el final de la primavera, un bonito recorrido por el litoral al se le da el nombre de “Senda Costera”

No merece la pena profundizar mucho en los pormenores del recorrido. Tan solo indicar que está bien señalizado, y que cada año se le agrega algún sector más, de momento tiene unos 45 km. de los cuales se pueden hacer todos, muchos o casi ninguno, a pie o en bicicleta, y con la seguridad de que, salvo algún agrícola autorizado –y acaso un aislado gamberro- no seremos molestados por vehículo alguno. Es un trayecto paralelo a la costa, y ocupa buena parte del litoral del concejo de Llanes. Es asequible a todo tipo de público, atraviesa praderas, se asoma a acantilados sobre los que el Cantábrico bate incesante, cruza poblaciones con preferencia de sus rincones más sosegados y, sobre todo, enseña numerosas playas tan hermosas como variadas. Parece mentira que en tan poco espacio quepa tal diversidad.
Me atrevo a recomendar protector solar, gorra, buen calzado y, por encima de veinte grados, bañador – o no, si se baja a ciertas playas…-
Una excursión dentro de ese soberbio marco promete una merecida ducha, agradable cena, descanso. Tal vez entonces se nos antoje lejana la hora en que otras necesidades reclamaban demasiado espacio en el tiempo de ocio.

martes, 23 de marzo de 2010

SLOW TRAVEL





Viajar es un concepto difuso, nada riguroso, convendría sacarlo del encorsetado embalaje en el que ha entrado en los últimos tiempos. Las bonanzas económicas y el cambio generacional propusieron al viaje como un objeto más de consumo; paquetes, “forfaits”, “todoincluido”… son términos que se fueron abriendo espacio en nuestro entorno y en la carrera por ofertar más por menos se hicieron sitio a su vez las siete noches seis destinos y similares aberraciones. Definitivamente, las vacaciones han tomado el aspecto de una mercadería que se vende al peso, y algunos llegan a creer que se es más feliz por ir al Caribe que a La Mancha, alquilar un 4x4 que pasear.

Nada más lejos de la verdad. Sorteando el axioma de que el bienestar reside en uno y las circunstancias sólo subrayan nuestro estado de ánimo, sería conveniente desterrar la arraigada idea de que el folleto es una caja de Pandora que al abrirla nos llenará el corazón de estrellas. Leonardo da Vinci decía que el viaje y las lecturas son, a la vez, alimento y adorno del alma humana, y parece cierto.
Tampoco el lado contrario de ese turismo a las carreras tiene por que ser saludable. La dinámica del lagarto practicada por millones de acólitos del modelo Mediterráneo puede animar a la mirada interior, a una especie de karma estacional. Pero estar tirado en un arenal, ignorante del entorno que va más allá de la heladería del paseo marítimo, sobrevuela alarmantemente, quizás, el mundo de las negaciones.

En mi tiempo como hostelero he comprobado que –siempre hablo de generalidades- el viajero que viene al Norte, trae un catálogo de lugares a visitar. Se repite hasta el aburrimiento, a lo largo de un verano regentando un hotel, una letanía que adormece; Lagos, Covadonga, Llanes, descenso del Sella, Lastres (por la serie de TV), La Senda del Oso… siendo, como son, lugares impactantes cuya fama es merecida y activos necesarios para la región por su poder de atracción, se convierten, por el uso, en tumultuosas congregaciones de turistas ávidos por rellenar el casillero de obligadas visitas. El resultado son colas, problemas de aparcamiento, esperas en los restaurantes… y de esa manera el habitante de la gran urbe no se siente del todo lejos de su ecosistema habitual, pero, a la vez, vuelve a casa con el sinsabor de no haber encontrado tantas virtudes como se le pregonaban.
Mas el ADN de Asturias es una larga cadena de bosques, montañas, ríos y cordilleras. Mar, paisaje humano y forestal, historia, caminos, monumentos, pueblos y villas. Y requiere una mirada más atenta, calmada, alejada del apremiante deber de añadir muescas a la culata de la agenda. A ese sosiego se debe aspirar al menos en algunas jornadas de la visita, permitir que el viaje haga al viajero, más que intentar que el turista haga el viaje. El viaje debe provocar una respuesta emocional, no la constatación del cumplimiento de un deber.
Mi propia experiencia en el hotel avala esta reflexión. Es más que frecuente que a lo largo del verano los pasajeros que vienen el tiempo suficiente (del orden de una semana) acaben con las actividades que su preconcepto exigía. Entonces suelen preguntar. Les envío a lugares sencillos, poco alejados, excursiones que requieran el margen de una tarde de verano para realizarse. Uno de esos lugares es Espinaredo, una localidad deliciosa plagada de hórreos con la atmósfera de pueblo de siempre. Procuro que recorran el entorno; el área de la Pesanca, la pista que sube paralela a un río que hace pozas esmeraldas, el hayedo…El contraste con el resto de su viaje es evidente, y no pocos lamentan no haberse dejado aconsejar antes.

Si se dispone de las ganas necesarias para una caminata de tres o cuatro horas propongo, esta vez, un fácil recorrido por carretera secundaria, como muestra de que la aventura no reclama exóticas y distantes latitudes.
Desde el hotel se toma la dirección a Infiesto. Se cruza el puente de la carretera de Oviedo y a los pocos metros a la derecha otra menor que sube a Biedes. Es una subida corta, un tanto exigente, que se solventa en unas pocas curvas. Ganada cierta altura se llega a un modesto núcleo poblado en el que destaca una pequeña iglesia. Sobre esa misma carretera se llanea durante varios kilómetros rodeados de prados y dulces pomaradas. Habrá que dejar paso a los automóviles que, cada diez minutos de promedio, perturban el paseo. Es un andar agradecido, que facilita la charla mientras el espectáculo de las sierras de fondo –El Sueve, Picos de Europa, Pesquerín- enmarca el vuelo de numerosas aves, de las que destaco algunas rapaces como el águila ratonera o el alimoche. Una delicia que lleva a lo largo de un paisaje plagado de aromas, salpicado por construcciones, más o menos afortunada,s y atraviesa alguna que otra población. En ese faldeo asomado al sur se llega, pasando muy cerca de un castro celta, a un singular rincón.
En el pueblo de Valles de San Román, una pequeña localidad que destila paz, existe un diminuto bar que merece una visita. No sólo es posible tomarse una cerveza para solaz del paseante, es, también, y desde hace no mucho, un referente en el panorama musical.
http://amcppbocanegra.blogspot.com
El caminante puede quedar sorprendido si se tropieza, sin vacuna alguna y en lo más profundo del mundo rural del oriente asturiano, con un concierto de Jazz, o de Rithman Blues, o de rock local. Llamará tanto la atención el lugar donde sucede como lo concurrido que puede llegar a estar. Esto suele ocurrir los viernes y el resto del tiempo es un sitio apartado y tranquilo. Como siempre, cada curva del camino depara nuevos asombros.
Desde allí la propuesta es el regreso, y, para no variar, las opciones son diversas. Una de ellas es desandar el camino, y percibir otras sensaciones con la luz y la vista en distinta orientación. Añado otra más: ascender desde el pueblo hacia el norte, una cuesta de vacas larga y tendida que recorre mayormente un paraje áspero en el que es muy frecuente cruzarse con gamos. Se llega al fin a una preciosa área de recreo, cuyos bancos, sombras y fuentes serán el nicho idóneo para contemplar un muy hermoso paisaje. Antes de comenzar el descenso a Infiesto que se extiende a los pies, se pueden maquinar nuevas excursiones sobre ese plano a escala real que son las montañas de enfrente.

domingo, 14 de marzo de 2010

CAMBIO DE ESTACIÓN


Hay años en que el invierno parece no acabar, y aumenta esa sensación cuando entre nosotros y la realidad existe un intermediario, un gestor de nuestras percepciones. Los medios de comunicación, con su reiterada letanía, se interponen entre la verdad y nuestro sofá, envolviéndonos con un celofán que refracta la mirada.
Viviendo en el campo, o en riguroso contacto con él, se escucha uno más a sí mismo, y es posible atender a un diálogo, quizás todavía un balbuceo; es el inicio de la larga charla de la nueva estación, es La Primavera.
La vi venir hace semanas, pocos días después de las nevadas de enero, sí; enero. Unas humildes florecillas se abrían camino entre el verde de las praderas, no eran muchas, pero sí lo bastantes como para dar a entender que algo estaba por cambiar. Después llegaron las yemas de innumerables árboles y plantas y, poco a poco, los pitidos y chascarrillos de herrerillos, carboneros y jilgueros pasaron de ser dispersos y tímidos silbidos en el bosque a la algarabía que ahora nos envuelve. Digamos que, en el bosque y los prados, hay mucha marcha.
Los prunos han vuelto a ser los más precoces en envolverse de flores blancas, después, en unas semanas, lo harán los manzanos, y en esta tierra hay tantos que las pomaradas parecerán escarchadas. Brotarán los insectos, y los pajarillos anidados –como el que tengo a la entrada de la casa- trabajarán a destajo para llevarlos a las hambrientas polladas que han de estar en vuelo antes del verano.
A cambio la garza se ha ido, de su ágil vuelo azul sobre la neblina del río no volveremos a tener noticia hasta septiembre, quizás octubre. Las truchas se remueven más tranquilas en las pozas y los salmones ya pasaron hacia arriba en pos de sus desovaderos. Quedan aún semanas para que en este Norte el follaje del bosque se haga denso y verde, aquí es muy tardío, pero a cambio dura mucho y el suave y largo otoño lo dibuja en ocres, mostazas y rojos durante muchos días.
Una de las consecuencias de este final de invierno es que, quienes tenemos afición, regresamos a las excursiones.
Saliendo del hotel se remonta un espolón montañoso que separa dos valles paralelos. Es una subida relativamente fácil, y se hace alomada a ese zócalo en dirección sur. Se atravesarán varias agrupaciones de casas cuya relajada atmósfera es agradable de sentir. El clima benévolo propicia el encuentro con los vecinos que a las puertas de sus hogares se afanan en pequeñas tareas que el invierno fue posponiendo. Es norma dar los buenos días, y el paisano, bajo el dulce sol oblicuo de una mañana, a la vista de sus verdes y ondulados prados donde pacen serenas las vacas no tendrá motivos para pensar lo contrario.
Se va dejando atrás todo núcleo de población pasando junto a una capilla (la de S. Vicente) como es de rigor en un Camino Real y ya allí se aprecia que la altura ganada es notable. Se nos ofrece el valle oriental, el que forman los ríos Espinaredo y los montes del Infierno. No es cuestión de abrumar con nombres y evito su mención ante la fila de cumbres que se nos presentan a tiro de piedra. Con ese panorama se prosigue el cómodo ascenso casi por el espinazo del espolón, pero un tanto del lado este. El paisaje aún mantiene la ordenación de praderías por las que pasta el ganado, armonizando el fino aíre con redobles placenteros de cencerros y, acaso, el mugido profundo de alguna vaca haciéndose saber a su ternero.
Pronto comienzan a pisarse las arcaicas losas que pavimentan el camino, no hay que dejarse engañar por la desgana colectiva que insiste a llamarlo calzada romana, se trata de un camino medieval, aunque es de suponer que estaría superpuesta a recorridos primitivos (romanos, astures, ligures, celtas…) y, en cierto modo, emociona pensar que aquellas pesadas lajas de piedra fueron colocadas allí hace mil años, y cabe preguntarse por las vidas de quienes sobre ellas transitaron.
Desparecen los ordenados y dulces prados, hay que llegar a una collada que se abre al norte y ofrece un abrupto hundimiento por lo que debía ser el camino. Pero éste sigue, hay que tomarlo a mano izquierda, después de dejarse un rato en la contemplación del paisaje y, tal vez, unas fotografías a algún grupo de caballos sueltos que por allí pasta. Ahora la senda atraviesa una vegetación colonizadora, monte bajo lo llaman, y las arañas en verano tienden numerosas redes que se cruzan en el camino. No hay otra que fastidiarlas un poco, y admirarse a la vez de la brillante magia de su ingeniería.
Cambios de vertiente, paisajes que nos regalan la vista, las losas del medioevo, el espinazo de la montaña que busca el sur. Cumbres y bosques, puede que la jornada proponga un mar de nubes a nuestros pies, o que la suerte nos meta ciervos sobre el camino. Se llega a otro nuevo collado, y se ha dejado de ascender.
Se puede bajar por ambas manos. La derecha atraviesa un lindo bosque junto a un río embravecido, algún núcleo poblado y, al final, la carretera que regresa al hotel. Se debe comer en “Casa Maruja”, un restaurante familiar de comida casera y, a veces, caza. Quedan nueve kilómetros de dulce bajada por la carretera tranquila, junto al río, bajo el dosel de un bosque que aguarda a la Primavera.
La vertiente izquierda propone algún kilómetro más, y algo más de esfuerzo, pero a cambio devuelve con intereses la molestia. Se cruzan núcleos remotos que, como una postal, retienen la Asturias arcaica, como congelada en los calendarios. La bajada por una retorcida carretera lleva hasta el valle del río Espinaredo, y a la población con ese nombre. Un bello lugar que reúne una considerable cantidad de hórreos. El alma sensible se ha de admirar con tan ingeniosas construcciones que han soportado erguidas el paso de algunos siglos. Es interesante buscar -y encontrar- un artilugio hoy en desuso, se trata de una especie de castillete, un útil que ayudaba a herrar bueyes, seculares y lentos animales de tiro en la Asturias de ayer.
El camino de regreso es un suave descenso hasta Infiesto, allá nos esperan lugares donde aplacar el hambre, tomar unas sidras tal vez, y, en ese camino, solapados ya los esfuerzos del día con la alegría de la vuelta a casa, contar historias de esa y otras jornadas.

martes, 9 de marzo de 2010


“ELLA ESTÁ EN EL HORIZONTE
ME ACERCO DOS PASOS,
ELLA SE ALEJA DOS PASOS.
CAMINO OTROS DOS Y EL HORIZONTE SE ALEJA DIEZ.
POR MUCHO QUE YO CAMINE
JAMÁS LA ALCANZARÉ.
¿PARA QUÉ SIRVE?
PARA ESO SIRVE;

PARA CAMINAR”

Antes vivíamos en una vida aparentemente ordenada; trabajos estables, chalet adosado, dos coches…y sin embargo algo nos susurraba que no era ese el sendero para nosotros. De manera que tomamos la decisión de cambiar de vida, de recorrido. Un buen día llegamos a Asturias, encontramos una casa con finca que en apariencia nos esperaba, fue como encontrar pareja, una química que produjo un extraño flujo reciproco. Nosotros y ella.

La casa se nos hizo una figura entrañable a primera vista. La vimos adormecida, recostada entre la arboleda que sin control ni aparente orden había medrado por allí en los últimos veinte años. Era una tarde soleada del invierno, muros y tejas recibían por igual caricias de luz dorada y dibujos del ramaje desnudo que la rodeaba. Una fila ordenada de olmos jalonaba el lado del camino que daba al río. Aquellos árboles sí habían sido plantados en su día con intención, sin embargo, el olvido también se notaba en ellos, desgreñados, con miríadas de ramitas desordenadas que más parecían una infección que un armónico parterre natural. Daba la impresión de que en la soledad se habían vuelto cimarrones los olmos aquellos.
El edificio estaba como clavado en el paraje, igual que si hubiera pertenecido a él siempre, todo alrededor lo envolvía y, a la vez, lo preservaba. Se veía mucha piedra de sus muros, pero aún persistían grandes tramos de irregular revoque pintado de blanco que soportaba, sin cuidado alguno, el paso de los años. El conjunto; casa, camino, árboles, puente y río dialogaban en una imagen de sosiego que apenas lograba arañar el apremio de quien nos la enseñaba.

Tal vez un duende se apoderó de nosotros, se apropió de la voluntad que nos regía y torció para siempre eso que la mayoría llama sentido común. Pero, ¿Qué son los sueños si no una turbia refracción que a algunos impulsa a desviarse de lo previsible?

En pocos meses estábamos viviendo allí, metidos en obras como albañiles, arquitectos, constructores, carpinteros, empresarios, transportistas, pintores y…soñadores. Hoy todo es un hecho, y acaso vayamos olvidando los escollos terribles que sembraron nuestra andanza, llegamos a la orilla, o casi, y eso es lo importante. Atrás un camino que aquilató nuestras posibilidades; desarmamos un edificio y elevamos una idea, un sueño…hoy está aquí, y os espera.

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