domingo, 10 de abril de 2011

Feria de Abril...y olé!!!

     Dentro de unas pocas semanas, coincidiendo con el Puente de mayo, ese que en Madrid se le llama el del 2 de Mayo y en otros lugares la Fiesta del Trabajo, en Infiesto, Piloña, un no muy conocido rincón del Oriente de Asturias, se celebra una versión de la Feria de Abril.
     Dicen en los mentideros que hace unos cuantos años, no muchos, un grupo de gente local, con el ánimo de activar el desmayo circundante y pasarlo bien por unos días, organizaron un festejo que en localizaciones mucho más meridionales tiene arraigo, solera y una razón de ser sin la que no se concibe la vida terrenal. Tan exótica propuesta no debió carecer de detractores o, al menos, avisados que auguraban un estrepitoso fracaso y quebranto económico bastante como para no intentarlo nunca jamás.
     No debió ser así, y, si el primer año fue una fiesta para treinta, al año siguiente lo fue para cien, tal vez al otro fueron mil, o dos mil. Los océanos los cruza quien se atreve, nunca se ahoga el que queda en la orilla dando instrucciones y consejos. Hoy en día, a pesar de las vicisitudes económicas por las que atraviesa el mundanal mundo, acuden, a este no muy conocido rincón asturiano, entre treinta y cincuenta mil personas. Excuso comentar que, como mínimo, es un bálsamo para la economía local, un vaso de algo frío en una jornada calurosa. Para que nada le falte, la fiesta cuenta con su contingente de detractores, la mayoría con el ingenuo empeño de que no se trata de un acontecimiento con asturianía bastante.
     Al margen de tales diretes, se ha impuesto, por el mero peso de la fuerza de la gravedad, la consolidación de tal feria. Quien siendo de lejos y aparezca sin aviso por acá se llevará la sorpresa de un engalanado pueblo, con sus casetas, su flamenco resonando día y noche y legiones de personas que, con más o menos fortuna, tratan de solventar las sevillanas. No pocos se disfrazan para la ocasión con tradicionales atavíos propios de la fiesta en el sur y, como cabía esperar, el sincretismo festivo se extiende con naturalidad, alternándose el consumo de la manzanilla y el rebujito con el de la sidra.
     Para acabar, el último día, una impactante misa romera en el Santuario de la Virgen de la Cueva con varios centenares de jinetes, carruajes y romeros de toda condición que, si el tiempo lo permite, se despedirán hasta el año que viene comiendo en las praderas, en los mesones o en casas de conocidos. Una autentica curiosidad turística y, en un mundo libre, quedará disculpado quien, por preferir un retiro más sosegado, opte esta vez por otros rincones del Norte.
     Para quien se atreva a venir, no sólo se encontrará una fiesta, con sus excesos y sus virtudes, también hallará, a pocos pasos del pueblo, una naturaleza arrebatadora que se dispara en primavera. Los prados, incluso aunque se sieguen, se pueblan de flores, carillas de colores que por millones alegran la vista. Los pájaros enloquecen en sus asuntos de nidos y parejas y pían todo el día con sinfonías más complejas en tanto y cuanto su territorio sea más poblado por competidores. Los ríos aún traen buena agua, en cauces tan cortos cono estos de aquí las lluvias se hacen sentir en su caudal y desaguan rápido, los saltos cristalinos y las charcas transparentes son avistadero de truchas, piscardos y otras especies. La masa verde que tupirá el bosque es perezosa en estas regiones, y aún le quedan semanas para tapizarse, pero, a cambio, los desagües del excedente invernal, convierten el piso de las arboledas en una red de arroyos, escorrentías y canalillos de aguas saltarinas que, por ancestrales motivos biológicos, conectan con el alma de los paseantes. Todo ese cantagrel subraya la alegría que parece emitir la Naturaleza, emoción muy contagiosa para quien decide recorrerla con los sentidos atentos.
     No cabe duda de que este es otro motivo más para venir, uno inesperado, exótico acaso, pero el viajero ha de someterse a los avatares de lo inesperado. Y saldrá ganando, siempre.

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